Supe permanecer intacto, estoico, debajo del leño que me atrofiaba con su peso. Supe que aquel leño, cuando yo saliera debajo de el, seria en algún momento ascuas; rojo carbón y que las aguas tratarían de calmar su grito.
Supe que saliendo del fuego encontraría otro estado, otro elemento. Bien supe que la sensación seria pasajera. Trate de apurarla, desesperado, buscando otras formas táctiles, perceptivas, porque de eso se trata. Vi en mi camino, huyendo de mi antiguo ecosistema, el saber de los que saben tratar; de los que saben, siendo cínicos, vituperar los excesos puros.
En algún que otro agosto las doctrinas corrompieron al pagano, lo dejaron masticando la noción de algo. No había sido la doctrina perfecta. Perversa fue... lo evangelizaron. Las nauseas de la censura cubrieron los sentidos, tacharon la inquietud, lo dejaron abrasado a temáticas pueriles, abrasadoras.
Le comente a una persona, hace pocos dias, sobre lo sucedido al pagano. El me respondió que todo objeto fuese o no terrenal, necesita de su nombre. Entendí lo que me quiso decir cuando exclamo “Un objeto redondo, de madera, con patas para apoyarse debe llamarse mesa”
Me di cuenta que cada cosa debe llevar un nombre. Aún así, después de la charla con esa persona, floto sobre la tierra.