Bonzo iba de realidad en realidad, queriéndolas mirar con el rabillo del ojo. Las enroscaba, las cruzaba; quería exacerbarlas, explicarlas desde su afán por querer contar el crimen que había percibido, sentido, en el Boulevard sin nombre. La sangre fue el disparo y los coches con sus chapas derruidas, hacían vislumbrar la escasez de todo polen, de todo salto hacia lugares floridos, de todo impulso por parte de el, en liberarse de los tontos cánnones literarios para poder contar.
Un viejo decrepito, cubierto de miasma, de barba andrajosa saliente desde sus prominentes pómulos y estando menoscabado por el sonido escatológico de moscas verdes; escribió y violentó cada espacio con el eco de sus palabras, mientras se deslizaba, con su virus, por un suelo llano y lleno de latas polutas , aluminosas , en medio del crimen. Le grito a Bonzo desde su conocimiento u oficio para describir un suceso.
“Para escribir un cuento, relato o nota periodística, es necesario tener un espacio dividido por una placa de yeso, que separe el baño de la maquina en la cual vayas a escribir el cuento.
Una vez que la maquina encendió verifica si la plantilla de ese Word office responde correctamente. Cuando este programa abrió tu hoja en el monitor; retírate. Dirígete al baño, camina sigilosamente; corre al pibe que canta en la puerta de tu baño; ingresa, llena el bidet de dentífrico, libera el agua fría de su canilla y volvé a sentarte frente al monitor con la plantilla del office en blanco. Comenzá a escribir esto realizado. Pero, hacelo”
El viejo expulso la sangre por su boca y pereció, sabiendo, de que iría a perecer.
Bonzo dejo de recorrer la calle apestada por las viles facultades de la modernidad.
Junto a su maletín y su saco color marrón, subió al colectivo para dirigirse a la calle 25, calle en la que se reunía junto a demás cronistas, reporteros, fotógrafos, obituarios y demases corresponsales para armar discursos, historias.
Cerro su puerta, camino entre los demás colaboradores de la realidad y antes de entrar, se le presento:
“Mantené la distancia” Le dijo.
Bajo su cabeza y asumió la sugerencia sobre abstenerse de algún tipo de avance por parte del viejo harapiento, se ocupó de esta, de la ultima.
Sujetando su hábito a anomalías externas, internas. Jugando en los tejidos de la clarividencia, la suspicacia y empolvándose de elementos que fueron tactos y raptos para el, sintió y pudo hacer el intento por querer escribir perfumes con aroma a renglones. Pudo alejarse del copete que marcaba cierta oficialidad y centró, con la ayuda de cierto programa analógico, una idea, en su cerebro.
Interminables e intermitentes fueron los compases, los arribos de diferentes oraciones, para plasmar lo que aún no sabia… pero si sabia que quería hundirlas para cambiarlas a un lugar corpóreo, para hacerlas caminar junto al raid delictivo que tenia que comentar.
Su sintaxis tuvo todas las precauciones para ajustarse a una semántica sin saber de metáforas. Quiso y pudo largarse a escribir. Narro lo que vio, para sentarse luego, junto a su botella y a su acido convencimiento de desatarse por lo que había sido abducido, un moderno giro de la norma. Se renegó de la común imposición. Tiro su narración escrita.
Cambio su hoja y alojo el momento en una más pálida, más áspera; mas dura. Vomito primero la figura del flaco que vio caminar alrededor del crimen (El supuesto asesino) después el humo de las armas fue descrito como si el los respirara. Utilizo la tos, y la sangre para mostrarnos lo que estaba padeciendo la circunstancia y el. Comenzó a correr y a digitar, velozmente con su índice, la longitud del difuso boulevard lleno de facinerosos. Los gritos de las personas que sentadas miraban el suceso, se supieron oír entre sus sintagmas previos a la redacción. Su jefe disparo y desdeño lo que estaría por publicar, lo execró. Termino con lo que quería, quería algo nuevo y absolutamente sofocante, abrasivo y crudo para el lector. Se cubrió de harapos y luego teletransporto su cuerpo al lugar, junto aquel viejo de barba. Jamás volvió a la calle 25. Hoy sus relatos son un antígenero esquivando a toda norma lampiña para eludir el texto.