Delicatessen, la historia de los Andes, los náufragos en la
novela de Melville.
La vez pasada me encontré conmigo mismo en un bar. Como dice
una canción de Joy Division, “era yo a la espera de mi”. Desdoblaje.
La cosa es que nos sentamos en una mesa situada al costado
de calle 10 de la ciudad en la que vivo, 25 de mayo. La localidad es fuerte en
su producción agrícola y ganadera. Al bar concurren muchas personas que
preconizan comer menos carne. Se nos hizo carne. El consumo desmedido de seres,
nos rompe el alma.
-Yo ya tengo la solución. Hay que comer carne humana.
-¡Vos estás re chapa, Butaca!!
-¿ Por qué? De última le cagamos el negocio a las casas de
sepelios o, hacemos el sepelio y después, un Jorge asado.
- No va con la religión. Es blasfemo, diría mi tía. Ni con
la moral, la ética y eso.
-Tu tía jamás probó un Daniel, una Graciela o un Sergio a la
parrilla. ¿Sabés la cantidad de tribus que morfaron carne humana?
- Sé de pocas. La más conocida, la tribu Rockefeller. ¿No?
-Bueno. La civilización con su razón interpela a todas estas
personas que andan por acá. No quieren comer animales, ¿entendiste? Hay uno que
me tiene re podrido con la bordeadora y me enteré que come lentejas por no
mofarse un pollito y quiere comer caaaarneee. Estoy esperando que palme y
convencer a su familia. Aparte, es piola para terminar con el hambre.
-Estás loco.
-Puede ser, de hecho, estoy hablando conmigo mismo y vos me
escuchás, pero por mí, el día en que me muera, que me morfen y quemen los
huesos y que luego me recen. Que hagan lo que quieran. Me gustaría que me hagan
a la cruz con un poco de barbacoa. El espíritu perdura.
-No me gusta la barbacoa-, respondió.