He comido mucho durante toda mi vida y lo sigo haciendo.
Durante mucho tiempo fui gordo. Cuando comencé a serlo, me lo decían y
enseguida me enojaba, y capaz, me iba a las manos. Después no me quedó otra que
aceptar las gastadas de una sociedad que se desconoce y de reírme de mi mismo.
Llegó a gustarme que me dijeran "puflo", “bola”, “gomón”, “beluga” y
demás cosas. Si, era todo eso y te llevaba a la hipérbole. Gordo, pelo largo,
sin pelos, cachetes rosados, tetón. Una especie de jabalí depilado o de Bonadeo
bonaerense (me cabía el gordo) que, al momento de entretener a mis compañeros,
escondía cartucheras en mi panza y las expulsaba ombligamente unos 2 metros.
También he comido hasta reventar. Unos de los records, con
15 años, 13 empanadas caseras, fritas, de carne de vaca, hechas por mi abuela y
cuatro milas a la napolitana, también caseras. Otra: volviendo de Córdoba, en
La Carlota, era el único de mi familia que pesaba la comida y metía casi cerca
de kilo y medio cuando los demás conocían solo la medida gramo. He festejado al
enterarme que se iba a comer buseca o puchero de chancho, o asado, o
parrillada, o arroz con pollo o mariscos. Mi vieja me llevaba a la nutricionista
porque crecía para los costados y yo me escapaba a la casa de pepe (mi amigo) a
comer chorizo o bondiola a las dos de la tarde. O capaz que cenaba asado los
sábados y me iba a lo de cacho (un bar de mi pueblo) y me clavaba de postre una
mila completa con salsa casera. Y me identificaba con Chris Farley o con
Belushi.
Con el tiempo, algunos alimentos (muchos) se extinguen en
medio de la cotidianeidad más apresurada y optamos por otros que son
maravillosos. Una ensalada, legumbres, milanesas al horno, tartas, arroz,
limón, banana, lavanda, semillas, cebolla, ajo, etc. Pero, en definitiva, sé lo
que es ser gordo y disfrutar dionisiacamente de la comida hasta escuchar cómo
se sube de peso. Los domingos, de entrada, pastas, y después se veía si se morfaba
pollo o carne al horno con papas (crecí en una familia en la que el "primo
piato" era infaltable). Ayer por la tarde regresé a mi gordura. La vi
cuando mi vieja puso la fuente con tallarines y salsa sobre la mesa. Fermín, el
sobrino de dos años, miró la fuente, sonrió y festejó. Yo le hice la segunda y
lo acompañé. En realidad, todos los que estábamos en la mesa. Y , si, morfamos.
Y ahí terminó. Epílogo, familia reunida.
Aclaración: quien lea esto como una apología al exceso
desconoce la belleza de la cocina, del comer y del aprendizaje que ella demanda
para con nuestros cuerpos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
arbolengo