Habiendo encajonado las prenociones en el vetusto cajón de la incertidumbre, se propuso atrasar, detenerse en el golpe permanente, en la furia temprana, en un sistema presente. Acomodo todo infierno, pagó y se indujo en la quietud de la inercia. Repudio aquella noción de inmovilidad. Inquieto estaba el que había tenido tal seguridad de guardar alguna idea en el cajón. Fue nuevamente, como bailando y riendo, hacia atrás. Vio lemas, coronas, refranes. Se sometió a un nuevo artilugio, en busca de formas. Corrió la cortina, pasó las manos sobre la nimiedad transparente del vidrio. Se quedó, exhaló y mancho la superficie al preguntar- ¿Que hago?- calló y vio la sobriedad de su aliento. Jugó. Ahora, dicen algunos, escribe su pasado sobre la ventana.
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arbolengo