viernes, 8 de mayo de 2009

ERASE UNA VEZ EN EL LEJANO OESTE

Es un film sorprendentemente bello. Las vistas panorámicas del desierto son fabulosas, y más al ritmo de la excelente banda sonora de Ennio Morricone. Aquí Morricone le da a cada personaje su leit motiv musical, destacándose el del pistolero de la armónica.

En más de un sentido, es un film que funciona de modo operístico. Cada personaje carga con su propio destino, y si bien los roles parecieran en un momento que comienzan a cambiar - el bandolero de Jason Robards parece regenerarse al lado de Claudia Cardinale; o Henry Fonda intenta ganarse el respeto para tomar el pueblo y convertirse en un hombre de negocios -, terminan por cumplir trágicamente lo que su suerte les ha deparado. No pueden escaparse a la fatalidad de su existencia. En especial Armónica, que es un vengador paciente y que elabora hábilmente el camino de su represalia. Como dice Hattori Hanzo en Kill Bill, la venganza nunca es un camino lineal.

La larga duración (en la excelente versión restaurada de 2:45 horas) pasa volando. Los personajes no son tridimensionales, sino que están perfilados de una manera épica, definidos más que nada por sus actitudes. Pero aún así, el libreto jamás toma un camino lineal para desarrollar los sucesos, sino que prefiere poner a los personajes en situaciones atípicas y de allí llegar al hilo de la historia principal. Esto es especialmente notable en la larga y formidable secuencia en la cantina en medio del desierto, donde por primera vez se encuentran Armónica y Cheyenne. Cada personaje hace su entrada a escena de modo espectacular, pero a su vez comienzan a actuar de modo totalmente atípico. El bandolero de Jason Robards es excesivamente culto, noble y reflexivo para lo que es el standard de semejante tipo de papel. El villano de Henry Fonda (un papel brillante, con su larga figura vestida de negro y con una calma letal) establece una relación con Armónica, quien es su cazador. La viuda McBain tampoco parece ser el prototipo de mujer desvalida que el Western suele reservar para este tipo de papeles.

La historia central en sí es corta. Lo que hace Leone es crear climas y fundamentalmente pintar un Lejano Oeste vivo y creíble, con masivas escenas de pueblos y movilizaciones de trabajadores del ferrocarril. Y para todo ello se toma todo el tiempo del mundo, con largas pausas, extensos primeros planos, y un pormenorizado envío de mensajes subliminales a través de los gestos más mínimos de los actores. La música, la fotografía, las actuaciones, la trama, son brillantes. Muchos la aclaman como el mejor Western de todos los tiempos. Para calificarla así, habría que haberlos visto a todos, lo que es imposible; pero en todo caso, es un título para el que califica con excelentes méritos.

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