viernes, 24 de julio de 2020

Río Sauce Grande (Villa Ventana)

Amparo terrestre para el río
cauce de palma de indio
o cauce pedregoso con pisadas
de vacas, y relinchos acostados.

Sin el semen perturbador
viene el toro
produciendo su huella
acariciado por brisa de retamas.

Bajo la noche silenciosa
el agua rodea las piedras,
corre, circula en pensamientos
distraídos, el olvidos aéreos.

Así el tiempo baja de las rocas
demorado en amplios manantiales
ocultas matrices de agua nutricia
que nuestra sed busca en vano.

Sobre la superficie veteada 
por remolinos y fugaz espuma,
la vida dulce estalla en peces rojos
y en diminutas flechas transparentes.


La imagen es de cántaro
o de vasija extendida
como don o milagro incrustado
en las arrugas de la tierra.

Hacia la bruta sal interminable
donde es áspero el beso y arden labios
y donde  todo cae consumiéndose
a dentelladas de increíble miedo.

Es una variedad infinita
que no alcanzamos a plasmar
porque llega la noche
y con su ala oscura nos entierra.


Al amanecer vuela un panadero
blanca estrella sin rumbo
suave y frágil cruza la cruda luz
y la vaga sombra del aire.

Pongo también mi ausencia
contra  el horizonte en declive de las sierras,
puedo anidar entre loros chillones
con palomas ululantes o caer en el barro.

Caminando en el agua verde uno abandona
el dulce veneno familiar
ordenado en páginas, medialunas
grises, avisos agrupados.

Veo la tierra cayendo
en su sombra final, acorralada
por el fuerte humo agrio
que traen las ciudades.

Pero estos últimos días, estos últimos
siglos, o períodos o eras
son aquí más plenos,
entre peces que sólo gozan el agua.


Bajo ahora a unirme al toro
polvoriento que mea en la brisa,
rito elemental de libertad
bajo las tibias estrellas.

La idea es de sogas trenzadas,
firmes, no demasiado fuertes, 
cascada que remansa y luego
corre, entre juncos y piedras. 

Hablamos para el viento y hablamos
para un oído de mujer, y gritamos
hacia la inmensidad vacía de ecos 
o poblada de sueños de millones de noches.

Pero sólo el agua reza por todos,
escucha: su vigilia alcanza,
su bautismo abraza
nuestra causa perdida.


Yo también soy un río
un agua derramada
una superficie caída
un cauce inclinado.

Tengo barro en la espalda y pastos en el pelo,
bagres fondeadores limpian mis entrañas,
brutales tarariras muerden mis huesos
y finos pejerreyes circulan en mis venas.

La lluvia me alimenta
las gotas me acarician
me excita el rocío
y me derramo en cascadas.

Me prodigo en los valles,
me pudro en los remansos,
un solo pensamiento
dejo impreso en las piedras.

Voy, llevo en los labios
palabras indecibles, rumores atrapados
por el ser en vigilia,
soy el río mirado y el ojo que lo mira.


Vacío de auditorio el concierto
del río desciende bruto armonizando
sonidos de pájaros y silbidos
de viento intermitente y percusión de lluvias.

A veces los muertos de abajo
gritan, y la anestesia de la tele
acude a silenciarlos, es
la unidad trágica del mundo.

Los heridos también o los hambrientos
suben por la corteza e invaden
las gargantas de los grillos
y da igual dormirse en ese arrullo.

Está el río y está el oído,
polvo los atraviesa, vacío de auditorio
el oído o la voz disuelven
su encanto, en el rocío terrestre.

*

La mente transparente añora
inexplicable un descanso, y luego
un pique desmedido o un pique
suficiente, y luego otro.

En los hondos suspiros de las boyas
o en anzuelos azules
y luego ese brillo impalpable
del atardecer sobre el agua.

Cuando ondea con finos élitros el aire
suspendido, y borbollones sacuden
cada minuto de agua
y nada respira nadie.

El cuerpo transparente añora
un qué imposible,
un insaciable cuándo,
hasta que solo, fondea en la noche.

Autor: Anibal Zaldivar. 
Poema publicado en su libro, "El Mar en Todo", 2013

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